viernes, 12 de julio de 2019

Prólogo del padre Jules Lebreton S.J.

     El que fue decano en la Facultad de Teología del Instituto Católico de París, fue invitado a escribir otro prólogo en la edición de 1957 de "Él y yo". Sorprende lo difundidos que estaban estos textos en determinados círculos católicos de la Francia de aquella época, no tanto por la intensidad de su contenido (lo que justificaría de por sí el entusiasmo provocado en los lectores), sino porque este tipo de divulgaciones sobre revelaciones privadas suelen sucederse mucho después de haber fallecido los autores y tras un prolongado proceso de contrastación y autorización por parte de la Iglesia. Sin embargo había transcurrido muy poco tiempo desde la muerte de Gabriela (no obstante, de forma totalmente inusual, estando ella en vida se editó un primer diario abreviado con todas las autorizaciones eclesiásticas).
     Debió estar muy atento el padre Jules Lebreton a la Voz que recibía Gabriela, lo cual concordaría mucho con el carácter de entusiasta misticista de este importantísimo teólogo que, sin haber pasado a los anales de la historia de la Iglesia, influyó notablemente en muchos de los más renombrados del siglo XX (ver aquí una interesante publicación al respecto).


     Nos cuenta el padre Jules lo siguiente:

     Después del Prólogo con que el Sr. Obispo de Nantes presenta este libro, resulta más bien superflua la nota que se me pide; pero no creo poder rehusarme a rendir mi humilde homenaje a esta ferviente cristiana cuyos escritos ya conocía yo, y que me habían hecho tanto bien.
     Lo que mayormente ha llamado mi atención es el progreso espiritual que fácilmente podemos percibir a lo largo de estas páginas. Al  principio se ve cómo una Ternura "antecedente" despierta el amor y lo llama a Sí; más tarde se hace más apremiante la dirección, y todavía más exigente; hasta que hacia el final, el Amor la arrastra a una vida más y más profunda, más olvidada de sí misma y más ávida de la Unión eterna. Algunas indicaciones esparcidas por aquí y por allá nos dejan como entrever la preparación ascética que precedió y preparó poquito a poco la intimidad final: el Señor le pidió a Gabriela algunos ejercicios de penitencia que la asustaron al principio, pero que se le hicieron prontamente fáciles.
     Leemos, por ejemplo, con la fecha de 22 de junio de 1939, lo siguiente: "De hoy en adelante harás la Hora Santa los jueves. Quiero que pases esa hora conmigo. Al principio te será necesario un esfuerzo, pero luego no te costará..." Dígase lo mismo de las "mortificaciones" unidas a la Flagelación del Señor. Y encontramos la misma invitación y la misma docilidad a propósito de la muerte de la sirvienta María. "¿Recuerdas las vacilaciones que tuviste, cuando murió tu fiel sirvienta María, sobre si tomabas otra o no? Yo te invité entonces a quedarte sola, cuando te pregunté si Me amabas hasta ese extremo ¿Verdad que no has tenido de qué arrepentirte?" Estas indicaciones discretas hacen entrever una fidelidad valiente, que es la que da a los impulsos del amor todo su alcance y su valor. 
     Se pueden anotar otras indicaciones del Señor que van en el mismo sentido. El 4 de mayo de 1940 le dice: "Para hoy te pido la austeridad del espíritu: que tu pensamiento sea una lámpara cuya flama suba directa hacia Mi Potencia, Mi Majestad y también hacia Mi Amor de Padre y de Esposo." Y el 12 de septiembre del mismo año (4o. tomo) le dice: "No llegues nunca hasta el fin de una satisfacción; resérvame una parte, por el sacrificio. Mi parte..." Y el 1° de enero de 1942 (5o. tomo) le dice: "Entra con tu Esposo en los caminos del sacrificio. No temas excederte, Él hizo tanto por ti!" Y lo mismo el 24 de marzo: "¿no quieres encadenar tu querida libertad con Mis dos Manos?"
     Debo añadir que en la mayoría de esas anotaciones aparece una ponderación, un tacto, un equilibrio admirables. Si se toma en consideración todo ese conjunto, no parecerán objetables ciertos pasajes en los que se nota una sensibilidad demasiado viva y emotiva. Pasajes, a decir verdad, escasos y dispersos, que no dejan una impresión permanente. Y el término hacia el cual encamina el Señor a su fiel servidora, especialmente por lo que aparece en los últimos cuadernos de su manuscrito, es una unión profunda, silenciosa, a la cual ella no podía llegar sino mediante el sacrificio total de sí misma. 
     El 1° de enero de 1941: "'Tu palabra de orden es: Entrar y vivir en Mí en cada momento... Despréndete más y más de las cosas de la Tierra. . . Entra con tu Esposo en los caminos del sacrificio." Y el 5 de abril: "Déjame finalmente vivir en ti, en lugar tuyo. Retírate de ti. . ." Y el 21 de mayo: "No me creas nunca lejos de ti,- pues estoy en tu centro con el Padre y el Divino Espíritu...- Tú por ti misma no eres nada en absoluto, pero ¡que esa nada sea Mía!" Y el 18 de junio le dice: "Déjate penetrar, invadir." Y el 19 de junio: ". . . húndete en Mi Amor insondable."
     Dos años antes, una vez que Gabriela se preguntaba si cuanto escribía venía del Señor o de ella misma, Jesús le respondió: "Aun cuando estas palabras salieran de tu naturaleza humana, ¿no Soy Yo Quien creó esa naturaleza? ¿No tienes tú que referirlo todo a Mí?, Yo Soy la Raíz de tu ser; pobre creatura Mía." La duda de Gabriela era legítima, pero la respuesta de Jesús fue buena. Hemos de añadir que Dios, Creador del alma, la santifica y la mueve con su Gracia. Conforme se va desarrollando la vida espiritual, esa acción se va haciendo más potente y manifiesta. El término al que el cristiano aspira a llegar cuando quiere ser enteramente fiel a la gracia, nos lo describe admirablemente San Pablo cuando dice: "Ya no soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí."
Esta mujer cristiana que nos habla en los cuadernos de EL Y YO tendió con todo su esfuerzo hacia esa meta de amor, debemos quedarle reconocidos por el ejemplo que nos da.


PRÓXIMA PUBLICACIÓN DEL DIARIO: 14 de julio de 2019.

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