Como herramienta fundamental en este blog he querido valerme de una versión traducida al castellano del diario de Gabriela Bossis fechada en 1977. Fue realizada por el sacerdote y Dr. don Antonio Brambila, y cuenta dicha edición con imprimatur del obispo de la diócesis de México en aquel entonces, don Francisco Orozco.
Considero que el padre Brambila hiizo un gran trabajo al partir del original francés impreso en 1957, pero es posible que algunos detalles sean matizados en mi transcripción al blog, más que nada por las particularidades de algunos términos y tiempos verbales empleados, habituales en lugares de habla latina, que aquí serían corregidos por un castellano cercano al acostumbrado en España.
Además de la valiosa aportaciòn del padre Antonio B., su espléndido trabajo viene precedido por una nota introductoria que no tiene desperdicio, y que he considerado del todo necesario incluir aquí. Dicha nota dice así:
"Tiempos hubo en los que los libros místicos eran considerados frecuentemente como "escritos de segunda" clase por los teólogos, como libros útiles más bien para la edificación
personal de la piedad que para ayuda en la especulación teológica. Todos admitían en abstracto, como noción válida, la de "revelaciones privadas", cuando Roma las acepta; pero en concreto, la
actitud general era la de un mal disimulado menosprecio.
Pero ahora tenemos en el firmamento eclesiástico a dos nuevas luminarias que veneramos no
solamente como a santas, que eso ya era de antes, sino también como Doctoras de la Iglesia. A
Santa Teresa de Avila y a Santa Catalina de Siena podemos leerlas con la misma actitud espiritual
y mental con que leemos a San Agustín. Ninguna de las dos fue universitaria, ni supo lo que supo
por el camino de la cultura. Una y otra pudieron decir lo que San Pablo: que su Evangelio lo
recibió, "no de mano de hombres, sino por revelación de Jesucristo." (Gal 1, 12). Este "Doctorado"
de dos místicas eminentes nos permite entender mejor lo que el Vaticano II quería decir, cuando
en el número ocho de su Constitución Dei Verbum dijo que la Iglesia 'No se limita a predicar lo que
oyó desde el principio, sino que predica también lo que Ella misma es, lo que llega a conocer por el
estudio y la contemplación de los cristianos, por su experiencia vital. " La autoridad de los
Doctores De la Iglesia no es otra, en el fondo, que la autoridad de la Iglesia que los declara tales.
Las experiencias de los místicos son experiencias de la Iglesia misma, que no las tiene, ciertamente, como experiencia colectiva, pero sí como experiencia vital. Por los escritos de los místicos habla
la Iglesia como de cosa suya.
A Santa Teresa la saludábamos ya desde antiguo con el nombre de
"Doctora Mística", pero no había en ello nada, fuera de la opinión particular de muchos sobre la
significación de sus escritos. Ahora habla la Iglesia misma, cuando le confiere, juntamente con su
par de Siena, el título de Doctora de la Iglesia, que es como decir, Maestra de los Teólogos, y no
solamente autora de libros de piedad. Entonces, una visión integral de la vida cristiana no se tiene
sino cuando, por la Teología Dogmática, se sabe lo que Dios dijo sobre lo que es la esencia de la vida
cristiana y se sabe también cómo hace en concreto lo que prometió para santificar a sus hijos. Un
teólogo buen conocedor de la Dogmática, pero insuficiente en Mística y desconocedor de la
Hagiografía, es, sin más, y sin restarle méritos, un teólogo a medias.
En las revelaciones privadas hay siempre algún peligro de que quien las recibe, las distorsione al transmitirlas. Este peligro es máximo en las revelaciones que se producen a nivel
imaginativo, como las de María de Agreda en su "'Mística Ciudad de Dios", cuyas fantasías e
incongruencias determinaron el sobreseimiento definitivo, en el pasado siglo, de su proceso de
beatificación; o como las de Ana Catalina Emmerich, que detuvieron también su proceso; aunque
tras de un siglo de comprobar los inmensos beneficios espirituales de su lectura en todo el mundo
cristiano, la Sagrada Congregación para la Fe dio en 1973 de nuevo luz verde para la reanudación
del Proceso.
Mucho menor es el peligro de infidelidad o distorsión en las divinas comunicaciones que se dan a
nivel de la inteligencia pura, muy más allá de las palabras e imágenes. La dificultad está entonces
más bien en cómo expresar con palabras del humano lenguaje, percepciones que se tuvieron en
un nivel de intelección totalmente distinto y muy superior al que nos es natural y ordinario. Por
eso los escritos de las dos santas Doctoras no tropezaron con las dificultades de María de Agreda y Ana Catalina Emmerich,
pues se leyeron desde el principio con confianza y utilidad manifiesta.
Tienes ahora entre manos, lector, un libro escrito en el siglo XX; como si dijéramos para mí, para ti
y para todos, no en la línea de las visiones imaginarias, sino en la mucho más segura línea de
Santa Teresa y Santa Catalina. Contiene un encendido Mensaje de Amor y de ilimitada confianza
en un Dios que nos ama infinitamente. Son palabras directas de Cristo (bien podemos pensarlo
así), que no tienen ciertamente la dignidad y obligatoriedad del Evangelio, ni de los
pronunciamientos dogmáticos de la Iglesia, pero le son en todo conformes y tienen un ardor y una
luz de entendimiento que a la primera lectura saltan a la vista. En EL Y YO hay muchas cosas que
no rebasan los límites de lo que una persona piadosa puede pensar por sí misma dada su
educación y el tenor de su vida; pero hay otras tan elevadas y sorprendentes, que simplemente
parece obvio asignarles una procedencia superior a lo que de sí podía dar una mujer como
Gabriela Bossis.
Las ediciones francesas se sucedieron con rapidez. La que me ha servido para esta traducción es la aparecida en 1957. Las ediciones vienen presentadas por ilustres prologuistas: el
tomo 1 contiene un prólogo y el Imprimatur canónico del entonces obispo de Nantes, Monseñor
Villepellet, al que siguen, cada uno con prólogo propio, dos conocidos teólogos franceses, el P.
Jules Lebreton, decano entonces del Instituto Católico de París en la Facultad de Teología, y otro del P. Alphonse de Parvillez, redactor de la Revista "Etudes" de los jesuitas de París. El tomo II nos
lo presenta Daniel Rops de la Academia Francesa, célebre historiógrafo de la Iglesia. El libro está
pues, bien presentado y bien apadrinado. Ahora se añade a eso el Imprimatur que el Sr. Obispo
Auxiliar y Vicario General de la Arquidiócesis de México, Francisco Orozco, le concede a la edición castellana que he preparado.
No hay pues imprudencia ninguna si se toma el título del libro con el valor que tienen naturalmente las palabras: EL Y YO; y no me cabe la menor duda de que el libro producirá en los
lectores de habla española, los mismos efectos saludables que desde décadas viene produciendo
en los de habla francesa.
EL Y YO pertenece a una categoría de libros que la Iglesia nunca aprueba de manera directa y
explícita como de divino origen: simplemente los vigila y los deja correr al amparo de un
Imprimatur episcopal, que garantiza la ortodoxia del contenido y no va más allá. Si tú quieres
tomar esas palabras como procedentes directamente de la boca de Cristo, puedes hacerlo sin
imprudencia; si prefieres tomarlas solamente por lo que contienen en sí, tienes para ello toda tu
libertad. Pero no dudo de que sentirás en más de una página, como por transparencia, una acción
de Dios que te encamina poderosamente a amarlo más, como con tantos ha sucedido. Al fin y al
cabo, lo que es bueno y hace bien viene siempre de Dios. No importa que dejemos en suspenso la
cuestión especulativa de si esas palabras en concreto las pronunció real y físicamente Jesús para
tal persona, en tal fecha y bajo tales o cuales circunstancias.
Debo advertir que omití la traducción de una pequeña biografía que aparece en el sexto tomo bajo
la firma de Mme Bouchaud. Aparte de un estilo demasiado femenino para mis gustos de
traductor, encuentro que es un tanto subjetiva; se titula GABRIELA BOSSIS INTIMA, y más
que un verdadero y propio bosquejo biográfico representa el intento de un alma por interpretar
a otra. Yo habría preferido algo menos "íntimo" y más objetivo y circunstanciado para traducirlo.
Tendrán pues los lectores de este libro que contentarse con las generalidades biográficas que se
encuentran en la Introducción del P. de Parvillez, en el Prólogo de Daniel Rops y con algunos datos
más, extraídos del texto mismo y de la biografa de Mme Bouchaud, y condensados en este libro
en forma de apéndice.
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